En tierra, el pájaro deja de cantar, de L. F. Trujillo Amaya
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El poeta español José Hierro me dice que no hay cosa “más innecesaria” que escribir sobre un libro de poesía, porque, añade, “la poesía es magia y cualquier explicitación es como justificar el milagro recurriendo a procedimientos de ilusionista”. Es como intentar explicar por qué es bella una noche de luna o un día radiante. Y, además, el trabajo del crítico resulta ser, cada vez más a menudo, un ejercicio solipsista, encaminado a “maravillar” o a “desconcertar” al lector con discursos abstrusos y abstractos antes que a guiarlo o a facilitarle la lectura de un texto determinado. Las palabras del maestro me reconfortan y me alivian providencialmente de cualquier tormento. De todas formas, no es mi intención, en absoluto, desacreditar una actividad que, si se ejerce con honestidad y rigor, sirve para estimular en el lector el interés hacia la poesía, sino declarar mi falta de preparación (y de paso, mi sospecha) con respecto a la crítica. Mi intervención quiere, más bien, atestiguar mi gratitud hacia Luisa Fernanda, que ha querido hacerme el regalo generoso de una poesía auténtica y de una amistad sincera.
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