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Beatriz González (Bucaramanga, 1932) no sólo ha
recorrido los caminos de la creación artística, sino también
los de la historia y la museología, trayectorias en
apariencia distantes entre sí. Su obra artística inició a
fines de la década de los años cincuenta cuando pasó
de Bucaramanga a Bogotá para iniciar sus estudios universitarios.
Desde la indefinición propia de una joven
veinteañera, dudaba entre las materias de arquitectura
y diseño en la Universidad de los Andes, mientras que,
de la mano de la crítica de arte Marta Traba y el filósofo
Danilo Cruz Vélez, fue acercándose cada vez más a las
artes. Una vez allí, el pintor Juan Antonio Roda fue su
más reconocido maestro. Enamorada de la historia del
arte, sus primeras obras fueron interpretaciones de pinturas,
que su mirada aguda y crítica fue transformando
en comentarios sobre la forma en que aquellas imágenes
llegaban a los entonces llamados países subdesarrollados.
Impresos desteñidos de las vitrinas de las librerías,
los primeros intentos por imprimir en varias tintas las
imágenes de la prensa fueron alimentando las estrategias
pictóricas, que hasta hoy utiliza, en las cuales deja
a la vista luminosas capas de color que parecen emerger
del fondo de sus pinturas. Desde ese lugar de observación
de lo formal, no demoró mucho en detenerse en
el contenido de esos periódicos. Así fue sumando a su
repertorio un mundo menos bello pero más real, el de
la violencia cotidiana. De allí surgieron Los suicidas del
Sisga, su primera obra premiada en 1965. La década de
los años setenta sería de una gran exploración formal,
cuando muchas de estas inquietudes se desarrollaron y
Artista invitada
Beatriz
González
lograron expresión en su serie de muebles. Observaciones
sobre la alta y la baja cultura, así como la exploración
de materiales y formatos para la pintura dieron lugar a
esas obras que ponían en crisis las categorías que en
aquel momento separaban por técnicas el trabajo de un
artista. Si bien siempre se ha autodefinido como pintora,
sus obras no se han restringido a ésta, más bien han
sido las necesidades expresivas las que la han llevado
desde los muebles, que por su carácter tridimensional
llamaríamos esculturas, pasando por exploraciones con
el dibujo, diversos tipos de grabado e impresión en papeles,
telas o plásticos, e instalaciones. Han sido, pues,
otros los móviles para crear su obra. Ya en la década de
los ochenta observaba con agudeza a través de una larga
serie de dibujos la gestión de Julio César Turbay Ayala,
lo que la llevó a identificarse como “pintora de la corte”
a la manera de Goya. Su tono irónico y crítico tuvo en
la toma del Palacio de Justicia su punto de inflexión.
Desde aquel momento, según su propio relato, decidió
que no podía seguir riéndose de lo que pasaba. Las víctimas
de la guerra pasaron a ser el centro de sus obras.
Madres que lloran a sus hijos, cadáveres que flotan río
abajo o cuelgan de un guando, hombres y mujeres que
piden justicia, todos tomados de las noticias que recorta
día tras día de los diarios colombianos. Tal vez sea
en la práctica de la investigación hemerográfica uno de
los puntos donde se tocan el mundo del arte y el de la
historia en la obra de Beatriz González. Su dedicación
a los artistas decimonónicos, agudos observadores
de su tiempo como José María Espinosa o Peregrino

Artista convidado: Beatriz González. (2020). Nómadas, (51), 232–242. Recuperado de https://revistas.ucentral.edu.co/index.php/nomadas/article/view/2852

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